Manifiesto por la lectura que ha escrito este año Rosa Díaz:
Podría remontarme a esa oralidad con la que empecé a disfrutar, no ya del acervo importante de la literatura heredada, sino también de otras muchas historias reales que mi abuela me contaba cuando me recostaba en su corazón. Fue el tiempo en el que conocí de oída las fiestas y las bodas de su pueblo, las matanzas, la siega de los cereales y sus cantos y romances populares. No andaba lejos ni la fantasía, ni la truculencia de los sacamantecas, ni los lobos que se llevaban las escasas gallinas de los pobres.
Podría remontarme a la literatura oral, aunque fuera tan sólo por evocar a ese núcleo, casi siempre femenino, de madres, abuelas y fámulas.
Ahora tendría que situarme en el tiempo que andaba embebida en los viajeros románticos, y centrarme en el libro que me hizo lectora y con el que experimenté lo que he dado en llamar la lectura de la emoción. Diré que estaba en edad, en la misma edad en que aquella maronita, se enamorara perdidamente de Omar-bey-el-Husén-musulmán de Trípoli- y que con ese sentimiento amatorio, silencioso y correspondido, desafió las leyes de su sociedad. Desde que leí esa historia tengo el ferviente deseo de recorrer la geografía que palpé en ella, escenario de un amor pasional que le costó la vida a una muchacha de dieciséis años, muerta por un disparo en el enigmático reciento de los cedros del Líbano. Quisiera reflejar aquí, la capacidad de información que puede atesorar las páginas de un libro. Con éste supe de la dispensa que gozan los sacerdotes maronitas, dependientes de la Iglesia de Roma, para poder contraer matrimonio y formar familia. Del arte de la cetrería y de la hospitalidad del árabe. Del verdadero significado amatorio del “Cantar de los cantares”, porque Yamilé también tenía los labios como “una cinta de púrpura” y su amante la añoraba, como Salomón añoraba a la zulamita desde los mismos territorios. Anduve la cordillera del Kornet-es-Sauda y me acerqué a las gargantas de sus ríos. Y aprendí la morfología de aquellos caballos autóctonos, por la deslumbrante yegua que dejó Omar, en las cuadras del jeque Rachid-el-Hamé, como dote por su hija. Claro que, lo que más hubo de impactarme por razones obvias, fue el tribunal de familia que se constituyó, deliberó, condenó y ejecutó a una adolescente, por amar a un hombre de otra formación religiosa. Pero no era solamente información lo recibido, también era formación emocional como propia experiencia. Después de esa lectura vinieron otras y otras, y así he vivido la piel de los asesinos y de los héroes. He estado en lupanares y palacios, y sé del vicio y de la virtud. Lo mismo me adentré en el pensamiento que en la historia. Busqué en los atlas y en los manuales de psicología. Consulté en los diccionarios para tener palabras con las que expresarme, entenderme, y entender y conocer a los demás. Me aproximé a los oficios de los menestrales y a las teorías de los sabios, y estuve dispuesta a leer lo que no necesitaba e, incluso, lo que no quería saber. Me dejé abordar el propio pensamiento y a mi casa le crecieron libros por las paredes y en las mesillas de noche. Y hubo libros en la meda de camilla y en la encimera de la cocina. En medio de los biberones. En mis bolsos y mis salas de esperas. Conviví con libros y más libros, y agradecía a los escritores, a los traductores, adaptadores, ilustradores y prologuistas, su trabajo en pro del conocimiento, porque gracias a ellos pude ver otros mundos y otros puntos de vista, contradicciones que fueron complementándome.
Hoy sé que la lectura me ha hecho avanzar fuera y dentro de mí, expandirme y retrotraerme para buscarme y encontrarme. Quizás porque leer un libro es una posibilidad de la que parten múltiples posibilidades. Este es mi alegato y mi propuesta a la lectura, buscar la emoción, sentirnos en ella y hacerla sentir en nosotros: una relación abierta a sus distintos enfoques, modalidades y nuevas y venideras tecnologías. La lectura es una base importante para nuestro propio desarrollo y para la propia dinámica de la sociedad: leer es saber, pensar, comprender, discernir, formar parte de algo y poder establecer nuestros propios razonamientos y, una vez metidos de lleno en ese acontecer, nos damos cuenta que, además, es una de las experiencias más completas y más gratificantes que podemos ofrecernos en nuestra tarea de vivir.
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